sábado, 4 de octubre de 2008

ADALBERTO TOLEDO

POR LOS PREDIOS BÍBLICOS

Sorprende a MARÍA de un ángel el vuelo…
Mensaje divino turba su oración.
En éxtasis oye su “Fíat” el Cielo,
¡Y surge el milagro de la Encarnación!

¡Divino misterio! ¡Misterio sublime,
Que el alma suspende, si el rito le nombra!
¡Misterio adorable, que al mundo redime,
Al hombre confunde y al ángel asombra!

¡El Eterno mismo que es suma grandeza,
Fuente innagotable de amor y dulzura,
Contenido en toda su gloria y belleza
En el molde frágil de humana envoltura!

¿Y cupo en la nuestra, limitada arcilla
De Dios la sapiencia que rige y destella
En el mar undísono, en la flor sencilla,
En la humilde oruga, o en clara estrella?

Responde tú, ¡oh Cristo! Con la omnipotencia
Que deslumbra en torno de tu mansa vida,
A cuya inefable, limpia refulgencia,
El mártir sus fieros dolores olvida.

Saturado dejas cuanto te circunda
De una vagarosa, mística fragancia,
Que desde tu cuna trasciende, e inunda
El huerto cerrado de tu dulce infancia

De tu infancia humilde, trémula del llanto
Que aljofara un día tu pulcra inocencia,
Y en la que cautiva, con vívido encanto,
Tu airosa disputa de magna sapiencia.

Es tu augusta frente rebosante nido
De ideas que lucen blancores de espuma,
Y donde el Paráclito bajó, convertido
En nívea paloma de rizada pluma.

Exaltó el encanto de tu faz hermosa
De atrayente gracia luminosa lluvia,
Que formara, en curva suave y armoniosa,
La breve guirnalda de tu barba rubia.

Tus ojos, luceros de ardientes fulgores,
De lumbre llenaron todos los caminos,
Y, para consuelo de humanos dolores,
Mieles destilaron tus labios divinos.

Subyuga el donaire que bulle y rebosa
Del cristal sonoro de tu blando acento,
Y, por escucharlo, calla ruburosa
La alondra; detiene sus giros el viento.

Ciñe tu cabeza rútila aureola
Que en fulgores baña tus rubios cabellos,
Y es tu sacra boca límpida corola
Bruñida al efluvio de vivos destellos.

El raudal de oro de tu cabellera
Prestigia tu busto de un sereno encanto,
Y se teje, a modo de una enrredadera,
Por servirte a un tiempo de diadema y manto.

Tus hombros son áncoras de infinitos dones,
Sedeña colina de esbelta hermosura,
Escalas que suben fieles corazones
Por ganar de un vuelo la célica altura.

Tus benditos brazos, al amor tendidos,
Al bien enlazados, de dolor cubiertos,
Del aprobio alzaron prójimos caídos,
¡Para quienes siempre los tienes abiertos!

¡Oh, la maravilla de tus manos puras,
Fuente de perdones, aras de consuelo,
En cuya sedeñas y casta blancuras
Cupieron holgadas las glorias del Cielo.

Tu cuello impoluto, que selló el martirio
Y tiñó de púrpura sangriento sudor,
Emerge a manera de cándido lirio,
De cándido lirio que es cifra de amor.

En tu pecho vuelca divina alborada
El rútilo encanto de sus resplandores,
Y a su luz se irisan blondas llamaradas
Encendida al fuego de humanos dolores.

Para el alabastro de tus pies sagrados,
Unciones tuvieron mujeres piadosas,
Y en la Cruz prendieron, al ser traspasados,
Rosal llameante de púrpureas rosas.

Belleza, armonía, celestial portento
De inmensa dulzura, de infinito amor,
A tu vida infunde aromado aliento,
De tu cuerpo forman peregrina flor.

Transmutabas presto delicuente saña
En piedad humilde; zarzales en rosas;
Y a volar pusiste, desde una montaña,
Bienaventuranzas como mariposas.

En todos los surcos el bien derramates,
En cima de gloria flameó tu bandera;
Y en almas innúmeras florecer lograste
Con la eterna gracia de una primavera.

Dominas y acallas broncas tempestades,
Desvías el curso de trovas centellas,
Y avanzas serano sobre el Tiberiades
Cual sobre una alfombra cuajada de estrellas.

Desata en parábolas tu sabiduría
De enseñanzas puras manantial sonoro,
Y en su linfas claras, dulce poesía
Riela en cambiantes de múrice y oro.

La oración más bella salió de tus labios
Cuando, traduciendo piadosos anhelos,
Y el Huerto una noche te vió suplicante,
Al peso de inmensas agustias vencido.

Entonces te aniegas pesar infinito;
Y a su influjo grave, tu figura adquiere
El aire doliente de un árbol marchito,
La belleza triste de sol cuando muere.

Y en la cima trágica de tu gran tortura,
Que aceptas sumiso, que sufres en calma,
Cristaliza en siete perlas de ternura
El dolor acerbo que te oprime el alma.

Piedras conmoviste del trágico Monte;
Y cuando expiraste, clavado en la Cruz,
Trepidaron juntos tierra y horizonte…
¡Y en rubor bañada, se escondió la luz!

Cerrados estaban tus ojos divinos,
Desasida el alma de tu cuerpo magro,
Cuando en las pupilas del ciego Longinos
La estrella encendiste de un nuevo milagro.

Recorrió tu vida la tétrica gama
Del dolor, gustando tu fiera acritud,
Y ornado de espinas, convertido en drama,
Termina el poema de tu excelsitud.

Tu sepulcro guarda soldadesca impía
Que te niega y burla con rencor abyecto;
Más de allí te alzas al tercer día.
Rutilante, hermoso, triunfal, resurrecto.

Dominas los siglos; divides la Historia;
Abarcas el orbe tus brazos en cruz:
Sublímase el santo cantando tu gloria
Y al artista tiendes escalas de luz.

ADALBERTO TOLEDO. Nació en Maracaibo en 1895, y murió en Maracaibo en 1966. Periodista y escritor (poeta). Se formó en el diario Los Ecos del Zulia, fundado por su abuelo, el tambien poeta, Valerio P Toledo: más tarde formó parte del cuerpo de redacción del periódico La Mañana y del diario Panorama, donde le tocó pagar dos años de cárcel cuando su clausura en 1923. Formó parte de la Peña Literaria La Zulianita, que dirigía el poeta Udón Pérez.
Su literatura fue clásica y sus sonetos de forma estilística. Fue miembro del Centro Histórico del Zulia, integrante del Círculo Artístico del Zulia en su sección de literatura, y de la junta organizadora del centenario de la muerte del General Rafael Urdaneta, dirigiendo la revista Urdaneta que recogió las conferencias en honor el héroe zuliano, desempeño varios cargos póliticos, además de dedicarse al trabajo tipográfico de su imprenta Cervantes.

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