lunes, 15 de junio de 2009

BERTHY RIOS

EL ROSTRO DE LAS PIEDRAS

Cuando el hambre de las piedras
Se volvió contra el camino,
Los relojes de arena marcaron la hora
De preguntar al viento por la dirección del sol.

El viento pasaba vestido de silencio,
Y nada hacia presentir al hombre
Que más allá del umbral de los ojos,
Donde queda el límite de su conciencia cósmica,
Una ronda de colores espectrales
Le indicaría la dirección del sol.

La selva refulgía
Como piel de las serpientes;
Como el corazón agresivo de las enredaderas;
Como la turquesa que irradia en el fondo de la noche.


Centelleaba el rojo del ocaso
Como el rayo que se hunde en el cuerpo de la tierra;
Ante el blanco vellón de los corderos;
Como la cólera que estremece la espuma de las fieras
Frente al mar de los cráteres soberbios.

Un negro del abismo,
Palpita como la eléctrica piel de las panteras;
Como el grito profundo de los siglos
Donde duerme las cenizas de todas las catástrofes;
Como las piedras prisioneras
Que no conocen la ciudad del sol…

El amarillo de la tierra,
Que se hincha como la ubre de las aguas
Cuando no pueden seguir la fuga de los vientos;
Como el veneno que fluye en la lengua de las víboras;
Como los dientes del hambre
Que muerde el estiércol de las civilizaciones.

Un relámpago de angustia
Paraliza al hombre al borde de sus manos.
La piel trasparenta los nervios torturados;
Y los labios, cándidos de espumas,
Se traga las hogueras,
Como si fuera una herida
Por donde entrara un torrente de impotencia.

La llama que vuela por el fondo de los ojos,
Se hace fiebre de muerte y de tragedia,
Y rompe la piel madura de las manos
Que tiemblan en el aire
Con el vértigo tormentoso del horror.

El hombre vacila hasta los pliegues de sus nervios,
Y algo se hunde en sus entrañas
Como el frío de un puñal
Que se nutriera en la sangre sin patria de todas las hormigas.

Allí la visión blanca,
La suprema, la angustia, la triunfante visión blanca,
Tan pura como las aguas virginales
Que huyen del corazón de los oasis;
Tan suave como el sueño feliz de los trigales;
Tan tierna como la armonía de la aurora,
Y el canto de las aves en el minuto del amor.

Todo el destino estaba allí,
En ese espejismo del alba
Que lo envolvía en cendales impalpables,
Y le daba la vida que le mato el horror.

Una cadena de alegría rodeaba la emoción del hombre,
Y en sus manos una sucesión de pájaros
Saltaban y cantaban para alagar la ausencia de todas las palabras.

Claridades de perfumes indecisos
Se alargaban en escalas de páginas sonoras,
Y vibraban como una isla
Donde se uniesen los conciertos de insomnes oleajes.

La materia se hizo irreal,
Y atrás, cuando los ojos del hombre
Desafiaron la selva y el abismo,
Una playa sin caminos
Mostró al sol el rostro de las piedras,
Que aplaudieron jubilosas como un coro de campanas.

BERTHY RIOS. Nació en San Rafael de El Moján, Estado Zulia, en 1924, y murió en Maracaibo 1979. Licenciado en periodismo en LUZ, y escritor (poeta, narrador, ensayista y crítico), miembro fundador del grupo Cauce. Desempeñó diversos cargos en los diarios Panorama y Occidente, miembro fundador del Círculo Zuliano de Escritores, individuo de número del Centro Histórico del Zulia, donde ocupó el sillón Número 12.

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